"Luigi Mangione en el ojo del huracán: memes, política y la trivialización de un crimen que estremece a EE UU"
Exhibir a un presunto delincuente ante las cámaras de televisión es una práctica policial común, habitual en el ámbito de la justicia penal, especialmente en lugares tan mediáticos como Nueva York. La custodia se realiza en público, generalmente desde la comisaría hasta el juzgado o el vehículo policial, permitiendo que los medios de comunicación capturen fotografías o graben al detenido. Esta es una tradición arraigada, moldeada a base de titulares sensacionalistas y numerosos rollos de celuloide, donde, para conmemorar la supuesta eficacia policial, una persona que aún no ha sido condenada por ningún delito es presentada esposada como la imagen misma de la culpabilidad. Tanto juristas como activistas critican esta práctica por socavar de un plumazo —o con un simple destello— la presunción de inocencia.
Pero el paseíllo de Luigi Mangione, el acusado de asesinar el 4 de diciembre a Brian Thompson, consejero delegado de la aseguradora UnitedHealthcare, ha inaugurado una nueva categoría. La espectacularidad de la escolta, de más de dos docenas de personas, entre agentes de policía, el FBI y el mismísimo alcalde de Nueva York —no se recuerdan precedentes de la participación de un regidor—, ha alimentado su aura de símbolo para los miles de estadounidenses que le ven como un héroe por denunciar los abusos de los seguros médicos (UnitedHealthcare, con 50 millones de clientes, lidera el sector en EE UU). Entre los textos hallados en la mochila del joven, de 26 años, al ser detenido había varias referencias a las “corruptas y parasitarias” compañías de seguros médicos, y en los casquillos de las balas que presuntamente utilizó para matar a Thompson, un mensaje sobre sus prácticas abusivas.
Desde el aeródromo de Brooklyn al que había volado desde Pensilvania, donde fue detenido, el joven llegó en helicóptero a un muelle de Manhattan, bien afeitado y vestido con el mono naranja del sistema penitenciario, pero sin chaleco antibalas —que suele ser preceptivo—, y fue trasladado lentamente, para dar tiempo a las cámaras que cubrían los pocos metros entre la aeronave y el vehículo policial, por decenas de agentes armados hasta los dientes. La escena fue más un plano secuencia cinematográfico que un flash informativo; una imagen más propia de una película de acción que de un traslado rutinario de presos.